domingo, 13 de marzo de 2011

Seriedad Vs espectacularidad

Súbita y dramáticamente (más bien melodramáticamente) el debate sobre la energía nuclear ocupa la conciencia de la opinión pública. Puesto que la mayoría de quienes componemos la opinión pública tenemos una vaga idea de física atómica, y una noción todavía más gaseosa sobre la seguridad en las centrales nucleares, entrar en esa polémica es un trabajo estéril.
Podemos hablar sobre al drama de los japoneses afectados por el maremoto y sus consecuencias; sobre el espectacular impacto de las imágenes en quienes estamos lejos; sobre la manera de enterarnos de la catástrofe y las formas y los contenidos que los medios han empleado para contárnosla. Pero especular sobre la energía atómica es una imprudencia.
Un compañero técnico de televisión, de turno el viernes por la mañana, me contaba cómo le sobrecogieron las imágenes transmitidas en directo por un helicóptero que sobrevolaba la costa barrida por las olas. Era el momento en el que la primera embestida llegaba a tierra, y mi compañero miraba fascinado el avance del agua sobre una carretera por la que circulaban vehículos. Probablemente los conductores de aquellos coches eran ignorantes de lo que se les venía encima. Pero lo tremendo era que ellos ignoraban lo que otros seres humanos del planeta sabían con precisión en aquel mismo momento, que les quedaban segundos de vida.
Si terrible es conocer cuándo va uno a morirse, espantoso es también asistir a la muerte en directo de personas, y no precisamente por una ejecución.
 Por fortuna, Japón es un estado, y también una nación, que ha dedicado tiempo, energía y dinero en precaverse contra los terremotos. Eso ha salvado en este momento catastrófico la vida de miles de seres ciudadanos. También los daños materiales, por monstruosos que hayan sido, podrán ser reparados por la constancia, la disciplina y la eficiencia de una población preparada en muchos sentidos.
Sin embargo, la seguridad de las centrales nucleares se ha convertido en estos momentos en la cuestión caliente, no porque pueda afectar al vida y la salud de los japoneses, sino porque en Europa y en las Américas es un tema de polémica radical.
Los diarios y las páginas web de los mass media están repletas de gráficos y mapas, comentarios de expertos (reales o supuestos), artículos de opinión (el que opina no sabe) y de algunos panfletos más o menos ideológicos. Uno podría dedicar el domingo a leerlos uno detrás de otro con la esperanza de terminar más sabio de cómo empezó. Pero la suposición es más aleatoria que falsa o verdadera.
De pronto, uno se encuentra con un titular a toda página como éste:
Caos ante la amenaza nuclear.
Lo ha publicado el diario de Valencia Las Provincias.
¿Quiere decir que en Japón hay caos? Bastante controlado, es decir, un caos muy poco caótico. ¿Quiere decir que el accidente en la central nuclear de Fukushima producirá un caos, es decir, algo parecido a Chernobil? Si es así, ¿en qué se basa el responsable de ese titular?
A uno, como periodista, se le disparan todas las alarmas. Uno de los mayores peligros para nuestra profesión es que la deriva espectacular de la televisión, que se ha infiltrado en la radio, acabe reinando también en los medios impresos o digitales. Si esto termina por ocurrir, el periodismo está acabado y los periodistas con él. No hacemos falta. Los que dominan el mundo del espectáculo son los showmen y las showomen.
Pero más allá, o más acá, del asunto mediático, está el debate sobre la seguridad de las centrales nucleares.
Insisto, polemizar sobre el asunto es algo estéril para la inmensa mayoría de los polemistas profesionales o aficionados. Cada uno tiene una convicción (nada científica, basada en ideas o como mucho en conceptos que probablemente no entiende bien) sobre la conveniencia o inconveniencia de la producción de energía por medio de centrales nucleares.  Pero ahí se acaba todo. El asunto, si hemos de discutirlo los ciudadanos, necesitará de una sólida documentación que ahora falta, o dejarlo en manos de los expertos de uno y otro bando.
De momento, la reflexión que yo me hago sobre la polémica de la seguridad es la siguiente:
¿Son más seguros los embalses hidroeléctricos? Si es así, comparar los miles de muertos que han provocado las rupturas de las presas en todo lo ancho del planeta, ¿no nos da un resultado evidente: que las víctimas de los debacles hidroelécticos superan exponencialmente a las provocadas por las centrales nucleares defectuosas?
Si los muertos por accidentes de tráfico desbordan cualquier comparación con los que son resultado de las catástrofes nucleares censadas y otras que nunca lo han sido, ¿deberíamos prohibir el automóvil, al menos el privado?
Lo mismo, en relación con el transporte aéreo, el del ferrocarril, o el pasear por la ciudad, arriesgándose a que a uno le caiga una cornisa, un árbol, una tapia o le atropelle un borracho.
Seamos serios. Sobre todo, los periodistas.
Fernando Bellón

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