sábado, 26 de febrero de 2011

Periodistas, jueces y carniceros


El 13 de enero de 2008 una niña de 5 años desapareció en Huelva. Muy pronto supimos su nombre, Mari Luz, el de su abuela paterna, el nombre con el que se conocería su caso desde ese instante. Vimos su rostro inocente y la desesperación de unos padres. Como siempre ocurre en estos casos, la ciudadanía se vuelca en las búsquedas y los medios alimentan sus programas con directos desde el lugar de los hechos, reconstrucciones y declaraciones de testigos y vecinos. A los 54 días de su desaparición, el cuerpo sin vida de Mari Luz apareció flotando en un muelle de la ría de Huelva. El dolor desgarró a una familia y un nuevo padre coraje se puso ante las cámaras. Alabado por su don de palabra y su saber estar, Juan José Cortés comenzó su peregrinación por los platós denunciando la cadena de errores judiciales que habían permitido que Santiago del Valle, pederasta condenado por varios delitos, estuviera libre el día que la pequeña Mari Luz se cruzó en su camino. Algunos meses después la familia comenzó una masiva recogida de firmas pidiendo cadena perpetua revisable, una aventura que les llevó hasta un sofá de la Moncloa para escuchar algunas palabras que tal y como llegaron se fueron.

Los medios nunca han olvidado el caso, pero ha sido con el inicio del juicio cuando la guerra por la audiencia con ganas de carnaza se ha recrudecido. Isabel García, mujer del pederasta y asesino,  una mujer mentirosa, con ansia de protagonismo y muy manipulable se convirtió en el premio gordo. Aunque Isabel hizo declaraciones para varios medios, fue Telecinco quien jugó más papeletas, y por lo tanto, se llevó el premio. Durante una semana redactores de Cuarzo fueron la sombra de la mujer, se ganaron su confianza y la prepararon para el directo del viernes día 25. Esa mañana, ante toda España, el equipo de AR, con la propia Ana Rosa y Nacho Abad dirigiendo el pelotón, atacaron sin piedad recordando a Isabel que su marido era un pederasta, que iba a quedarse sola, y que seguramente iría a la cárcel por encubrir un asesinato. Los nervios del directo, la presión que le llegaba por el pinganillo y el tenaz equipo que la rodeaba no le dejaban escapatoria. Era el momento Isabel…tenías que decirlo…no estaba en la escaleta…pero casi casi. Un éxito para el programa y la “satisfacción” personal de haber hecho justicia. En cambio los periodistas no podemos celebrar nada…el periodismo se viste de luto ante carnicerías informativas como ésta.

Paula Lerma

jueves, 24 de febrero de 2011

La corrupción del periodismo clásico


     
            Durante un tiempo feliz ejercí como reportero internacional en la redacción de una joven Canal 9.
            De vez en cuando me enviaban a escenarios internacionales en los que la actualidad se había materializado. Utilizo a sabiendas el término filosófico, más bien teológico, porque la Actualidad es una entidad metafísica, un invento nebuloso del periodismo moderno.
            La mayor parte de mi trabajo lo realizaba en la redacción de Burjassot, en la sección de Internacional.
            Era una época de transición entre el Periodismo Clásico de Gran Medio (PCGM) y el de nuevo cuño, que es el que domina ahora.
            El PCGM se dedicaba a la información por secciones establecidas casi canónicamente (en periodismo no hay canon y es mejor que no lo haya): Internacional, Nacional, Local, Cultura, Sucesos y Deportes.
            Cuando digo gran medio me refiero a redacciones de ámbito nacional, que entonces (primeros años 90) eran La Vanguardia (la más veterana, la más clásica, la mejor, permítaseme el calificativo), El País, El Mundo, ABC, la SER, RNE, TVE, Antena 3 y Tele 5.
             La actualidad del extranjero era cubierta por corresponsales experimentados y avezados que normalmente residían fuera de España. En mis viajes tropecé con algunos de ellos, y doy fe de que conocían las circunstancias y las claves del área geográfica que les había tocado cubrir.  Los de La Vanguardia, ABC, RNE y TVE dominaban el Olimpo de los corresponsales, al que aspiraban ciertos periodistas de El País y de El Mundo. Los enviados de TVE destacaban por ser presuntuosos, y los de La Vanguardia, personas generosas y muy bien formadas e informadas. (Hablo de mi experiencia particular, y en términos generales.)
También en términos generales puede decirse que la información elaborada por esos corresponsales era veraz, rigurosa y comprensiva.
              Hoy las cosas han cambiado. En algunos casos, el corresponsal es un joven o una joven apuesta, en otros un aventurero o aventurera. (Hay excepciones.) Eso y su escaso dominio de la materia es lo que les distingue de aquellos del periodismo clásico.
              Estas características han incidido en la calidad de la información que se ofrece.
              Para explicarme, contaré mi experiencia personal.
             Como digo, yo (y algunos otros compañeros y compañeras de C 9) era enviado de vez en cuando a escenarios donde se representaba la actualidad. Mi bagaje documental era corto, porque en la redacción de C 9, como en la mayoría de los grandes medios no existía la especialización en zonas internacionales. (No digo que C 9 sea o haya sido un gran medio, sino que se autocolocaba en ese alto firmamento, como todas las televisiones autonómicas, de las cuales sólo TV3, otra vez los catalanes, cumplía los requisitos de gran medio en cuanto a la calidad de su trabajo.) Pero llenaba la maleta de fotocopias de los excelentes libros que había reunido el servicio de Documentación de la cadena.
              A pesar de todo, al llegar al escenario en cuestión, me encontraba más perdido que Carracuca. Por ejemplo, en Grecia. Yo me podía comunicar en inglés, leía textos en inglés y en francés y podía enterarme de las noticias emitidas por la BBC o por Radio France International. Pero los medios locales eran para mí jeroglíficos. (Hasta que descubrí un Athens Time.)
             De este modo, a veces me tenía que enterar de las noticias por teléfono, cuando un compañero de la redacción me leía un teletipo de última hora, o lo enviaba por fax. No he sido el único, pero no puedo hablar por los demás.
             Era protagonista, testigo y víctima de la nueva concepción del periodismo: lo importante es que nuestra audiencia sepa que estamos allí; lo otro, ya te apañarás, que para eso eres periodista. Un periodista no se hace de la nada. Y si intenta ser su propio demiurgo, es muy posible que produzca un Polifemo ciego.
             Lo que quiero decir es que un periodista, sea guapo o feo, joven o veterano, heroico o moderado, si carece de conocimientos precisos sobre el asunto del que ha de informar, no puede informar o lo hace con grandes carencias.
             Aunque esto hoy afecta a todas las áreas de información, gracias a esa entelequia del periodista todo terrero, en aquella época, se notaba una barbaridad en los enviados al extranjero, que, sin embargo, poníamos una enorme voluntad en hacerlo lo mejor posible.
           Esa pasión por estamos allí ha llegado a un paroxismo que ya ha hecho crisis. Afecta básicamente a los medios audiovisuales, pero también a los impresos. Las crónicas enviadas por los “enviados” a Egipto estaban llenas de emoción, pero contenían poca información. Me refiero a los medios españoles.
La crisis de la que hablo puede acabar con esa nueva forma del corresponsal apuesto y valiente pero sin idea del terreno en el que se mete. Por dos razones: cuestan muy caros y el artificio del estamos allí no convence.
Pero hay otra razón todavía más importante: los que de verdad viven allí, se han mostrado estupendos corresponsales.
            Las radios aprovechan los huecos que les permite la tecnología y la incompetencia censora de las tiranías que materializan la Actualidad, para colar conversaciones con españoles de toda condición y edad en los informativos, que han dado interesante e incluso importante información y han valorado los hechos con gran sentido.
            La televisión y los diarios impresos también lo han hecho, por ejemplo en el caso de Libia. Este recurso es tan barato (sale gratis, salvo el coste de la llamada) que puede acabar imponiéndose.
            O, acaso, sea el momento de regresar al PCGM.
            Esto es lo que dice el sentido común. Pero el sentido que domina en los medios no es el común. Así que me temo que no se producirá un regreso a la razón.
            Esta reflexión está hecha sobre observaciones reales en los medios, y está centrada en el área de la información internacional. Pero es válida en parecidos términos al resto de las áreas informativas.
Invito a los compañeros a plasmar sus propias reflexiones sobre la materia, sean veteranos o jóvenes, becarios o en paro, apuestos o más feos que el monstruo de Alien, temerarios o cobardones.
Perinquiets carece de prejuicios (o al menos, lo intenta).
Fernando Bellón