jueves, 28 de julio de 2011

¿A Quién Servimos?

Publicamos un texto enviado por Joan Lao, en respuesta a nuestro solicitud de voces y comentarios sobre "El Caso Camps" y los Mass Media.

Siempre que percibimos, analizamos, procesamos y emitimos una valoración de los acontecimientos, lo hacemos desde nuestro punto de vista personal. Ser persona implica necesariamente moverse en un espacio-tiempo concreto, referencia desde la cual construimos una versión concreta de las cosas.Tal como yo lo veo, es este un punto de partida imprescindible para poder hablar de honradez. Y en la medida en que nos tomamos en serio esa horadez con nosotros mismos y con los demás, podemos encontrar el valor para rastrear nuestros propios intereses -siempre presentes-, que suelen estar en la raíz de nuestra perspectiva de las cosas, tanto seleccionando unos datos y despreciando otros, como valorando de forma diferente unos mismos datos. A fin de cuentas, la objetividad absoluta es un invento de los dogmáticos para autoperpetuarse.

En mi opinión, hay algunas preguntas pertinentes para orientarnos en el marasmo informativo:¿cuales son nuestros intereses?, y en función de estos, ¿a quien queremos servir?, y ¿qué relato nos inventamos para justificar y legitimar nuestro posicionamiento?   


•Si nos solidarizamos e identificamos con la inmensa mayoría de habitantes del planeta, nuestros intereses coincidirán en gran medida con los de esta mayoría, y nuestra intención será servirla de la mejor forma que sepamos. En ese caso, es difícil que nos equivoquemos mucho en nuestra forma de ver las cosas, y es muy probable que nuestras opiniones tengan un valor realmente transformador en la dirección de la flecha del tiempo -que conviene recordar que es irreversible y va hacia delante. Nuestra aportación será una gota más en la imparable marea planetaria de contrucción de un nuevo relato global liberador. No obstante, si hacemos pública nuestra perspectiva, los cuatro mangantes que  controlan de facto nuestros destinos y nuestra vida cotidiana, nos señalarán como amenaza e intentarán silenciarnos o desprestigiarnos. 

• Pero si nuestro interés es acercarnos a los amos del mundo, entonces nos afanaremos en aplaudirlos y seguirles el juego, ayudándolos en su pasión depredadora sobre esa mayoría de seres humanos a que hacía referencia en el punto anterior. Desde esa posición, nos afanaremos por servir a los poderosos de siempre, trabajando para conservar el status quo que perpetúa su dominación sobre la mayoria sumisa. Intentaremos, pues, colaborar en un relato engañoso de la realidad, segun el cual, las cosas están bien como están y no se pueden cambiar. Siguiendo este juego, podremos mantener la ilusión de ser importantes, honorables, poderosos o influyentes. Participando en las migajas del poder, nos convenceremos a nosotros mismos de que no es tan grave eso de vender nuestra dignidad por un plato de lentejas (trajes, privilegios, financiación irregular, etc.). En el fondo -argumentaremos-, el  mundo es de los fuertes («los más aptos» = los más competitivos), y los débiles (no competitivos = pacíficos soñadores) se merecen ser humillados y sojuzgados, pues es la ley de la jungla, y eso es algo natural e inevitable (interpretación de la evolución ya desmentida hasta la saciedad, pero todavía utilizada como creencia indiscutible, curiosamente). Ahora bien, si decidimos apuntarnos al equipo de los amos, no nos sorprendamos si el día menos pensado nos damos contra la pared, pues la flecha del tiempo no se puede detener. Si nuestro interés está con los amos del mundo, tenemos los días contados... aunque aparentemente sean muchos los dias que nos quedan... y aunque  podamos perpetrar barbaridades como la reciente masacre de Noruega, o el expolio de paises enteros y el robo de la soberanía popular.

No creo, pues, que tengamos que avergonzarnos por tener un punto de vista parcial y relativo. Lo que nos puede dar más vergüenza, es desde qué lado nos situamos y observamos, y a quien servimos. Aunque para sentir vergüenza, hay que tener una categoría humana de la que no todos los políticos pueden presumir. Tampoco todos los profesionales del la información tienen el mismo grado de honradez y compromiso. No propongo que el periodismo se convierta en una profesión de hambrientos y  parados, pero cuando yo era pequeño, era popular la expresión «pasar más hambre que un maestro de escuela», y no por eso los maestros eran deshonestos (aunque un poco franquistas si eran muchos, dicho sea de paso).


• Pero si nuestro interés es acercarnos a los amos del mundo, entonces nos afanaremos en aplaudirlos y seguirles el juego, ayudándolos en su pasión depredadora sobre esa mayoría de seres humanos a que hacía referencia en el punto anterior. Desde esa posición, nos afanaremos por servir a los poderosos de siempre, trabajando para conservar el status quo que perpetúa su dominación sobre la mayoria sumisa. Intentaremos, pues, colaborar en un relato engañoso de la realidad, segun el cual, las cosas están bien como están y no se pueden cambiar. Siguiendo este juego, podremos mantener la ilusión de ser importantes, honorables, poderosos o influyentes. Participando en las migajas del poder, nos convenceremos a nosotros mismos de que no es tan grave eso de vender nuestra dignidad por un plato de lentejas (trajes, privilegios, financiación irregular, etc.). En el fondo -argumentaremos-, el  mundo es de los fuertes («los más aptos» = los más competitivos), y los débiles (no competitivos = pacíficos soñadores) se merecen ser humillados y sojuzgados, pues es la ley de la jungla, y eso es algo natural e inevitable (interpretación de la evolución ya desmentida hasta la saciedad, pero todavía utilizada como creencia indiscutible, curiosamente). Ahora bien, si decidimos apuntarnos al equipo de los amos, no nos sorprendamos si el día menos pensado nos damos contra la pared, pues la flecha del tiempo no se puede detener. Si nuestro interés está con los amos del mundo, tenemos los días contados... aunque aparentemente sean muchos los dias que nos quedan... y aunque  podamos perpetrar barbaridades como la reciente masacre de Noruega, o el expolio de paises enteros y el robo de la soberanía popular.

No creo, pues, que tengamos que avergonzarnos por tener un punto de vista parcial y relativo. Lo que nos puede dar más vergüenza, es desde qué lado nos situamos y observamos, y a quien servimos. Aunque para sentir vergüenza, hay que tener una categoría humana de la que no todos los políticos pueden presumir. Tampoco todos los profesionales del la información tienen el mismo grado de honradez y compromiso. No propongo que el periodismo se convierta en una profesión de hambrientos y  parados, pero cuando yo era pequeño, era popular la expresión «pasar más hambre que un maestro de escuela», y no por eso los maestros eran deshonestos (aunque un poco franquistas si eran muchos, dicho sea de paso).



Un ejemplo paradigmático de los adictos al poder y sus secuelas, lo podemos encontrar en la persona que ha representado a nuestra querida Comunidad Valenciana durante demasiados años. Me refiero al «supuesto» muy honorable, y «evidente» delincuente -famoso en el mundo mundial-, de cuyo nombre prefiero no acordarme. Y revoloteando a su alrededor, también me refiero a todo el enjambre de periodistas encargados de construir el relato justificador de sus actividades. Veamos la aplicación del modelo de análisis propuesto:

•Su interés ha sido siempre usar el poder político para acercarse al poder económico, enorgulleciéndose de amistades como las de «su amigo del alma», o el «dueño de la fórmula uno».
• A quien ha servido todos estos años, tambien ha quedado claro: mafiosos económicos, constructores y especuladores de todo tipo, cajas de oscura gestión y dudosa transparencia, fantasmadas internacionales como la Copa América, etc. (No olvidemos que, en este pais tan «diferente», para que un político sea alcanzado por la justicia, ya la ha tenido que hacer gorda).
• El resultado de su maravillosa gestión lo padecemos todos: nuestra ciudadanía se cuenta entre las más desprotegidas del país, al tiempo que nuestro paro también es puntero -sobre todo el juvenil-; mientras sobresale nuesta profunda crisis productiva y financiera, competimos por encabezar la carrera de las privatizaciones en sectores tan sensibles como la educación y la sanidad (se supone que para mejorar su gestión y rentabilidad, aunque no se especifica en beneficio de quien, ni por qué un servicio público ha de ser rentable). Eso sin hablar de un endeudamiento público que da miedo hasta mirar de reojo.
• Su relato ha sido doblemente engañoso, pues al tiempo que era portaestandarste de los valores catolicos, apostolicos y romanos, se autoproclamaba como la encarnación de la comunidad (en un esperpéntico mimo de los antiguos emperadores divinos). Como legitimación, se ha referido una y otra vez a sus votantes, ese puñado de votos cautivos de la desinformación programada meticulosamente. En nuestra comunidad, la «opinión pública» se acerca sospechosamente a la «opinión oficial del poder», lo cual pone de manifiesto la indudable calidad técnica de los profesionanes encargados de urdir y gestionar la manipulación de los medios de comunicación autonómicos. Lástima que tambien evidencien su dudosa calidad humana. Más aún, es tan intensivo y concienzudo el trabajo de construcción y difusión de este relato amañado, que no sería de extrañar que dentro de poco tiempo todo acabe quedando en agua de borrajas, y vuelva a recuperar su «honorabilidad». ¿Te apuestas algo?

De todos modos, en nuestras manos está cambiar esa interpretación de la realidad, colaborando en la emergencia de otras versiones alternativas que, poco a poco, pongan al alcance de los ciudadanos suficientes elementos informativos como para abrir los ojos a la evidencia. Ciertamente ese cambio requiere dinero, pero no solo es cuestión pecuniaria, sino de compromiso y honradez, tal como la entendíamos unas linea más arriba. Tal vez el pecado más imperdonable de la ciudadanía sea callar, pues quien calla, ya se sabe, otorga y deja hacer.

Para hacerse oir, hay que llegar al ágora, colonizada desde hace mucho por los medios informativos, sobre todo televisivos. Es alarmante comprobar que varias horas diarias delante de una televisión pública como la que tenemos (y muchas privadas), son muy difíciles de contrarrestar. Las conversaciones cotidianas a pie de calle, repiten con preocupante machaconería los eslóganes e interpretaciones lanzados desde esa caja nada tonta, como indicativo de «estar bien informados». El libre pensamiento no tiene lugar en esa cultura prefabricada del «o estás conmigo, o estás contra mí».

Por otra parte, la red creo firmemente que tiene mucho futuro, pero su presente todavía es demasiado minoriatario y underground en nuestro país. El precio del acceso todavía es desproporcionado e inasumible para muchos ciudadanos que no pueden llegar a fin de mes. Además, se está dejando imponer una visión puramente comercial y de servicios innecesarios de la red, así como un uso picaresco rayano en lo absurdo (hay que descargar todo lo que se pueda piratear gratis, aunque no lo vayamos a usar en toda la vida). Así y todo, se perciben rayos de esperanza. Como botón de muestra, es interesante no perder de vista movimientos como el 15-M, pues es un experimento democrático que todavía no ha dicho su última palabra, y ha logrado hacerse oir con una voz muy clara y potente, no acallada por ahora, y temida por muchos. También surgen a diario iniciativas y movimientos germinales muy prometedores, que podemos apoyar y seguir con esperanza y responsabillidad. El futuro lo construiremos entre todos, o nos lo seguiran robando los de siempre.

Pero nada, nada se puede comparar con la calle. Ese es el lugar natural de convivencia y construcción social. La calle es nuestra, y solo nuestra. Y no solo sirve para atravesarla precipitadamente en pos de no se sabe muy bien qué, sino para observar, detenernos, saludar, conversar, opinar, emocionarnos y hacer realidad nuestros sueños de cambio con la fuerza insuperable de la mayoría que somos. La tendencia actual, importada del mundo anglosajón, a refugiarse cada uno en su casa, está desplazando peligrosamente la hermosa tradición mediterránea. Pero así y todo, la evidencia pugna por ser reconocida, pues no podemos olvidar que cada casa tiene un lugar en una calle; cada calle forma parte de una población, y esta de un pais, que se integra, a su vez, en un  planeta globalizado. No es momento de perder perspectiva, por muy agobiados que estemos por nuestros problemas locales inmediatos. De hecho, sin los paraisos fiscales transnacionales -por poner solo un ejemplo-, las tropelías que venimos de comentar serían bastante más dificiles de perpetrar.

Joan Lao

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